20 de marzo de 2017

FELINA

El deseo te somete a esta crueldad que me encadena esclavo de una rabia insatisfecha. Evito acercarme demasiado al rechazo que me destroza. Sin alcanzar esa miel, sin cederla, en silencio lo acallas y estrangulas. Acecho al sol y persigo tu perfume. Sufro un impulso incontrolado de besar unos labios generosos, tan necesitados como los míos. Hiciste tu vida. Yo hice un imperio majestuoso de soledades, sombras y silencios insípidos del que no queda esperanza. O sí.
Calle tras calle, el hielo desliza los cuerpos sobre esta tabla absurda. Furtivo, sostengo tu piel escarchada, temprana, helada, fértil. El café amargo tritura el corazón en un desconsuelo perenne, ante las dudas de hiriente plenitud. Tu cara dibuja la marca de un beso sostenido. Apenas mide un dedo el pedestal que sostiene la mujer que brilla dentro de ti. Poco a poco, de tu mano, vencemos el miedo aterrador, para acurrucarme en tu lecho, para dejarte mecer en el gozo de los sueños, de tus mundos. La guadaña de tu alcoba amputa de cuajo la insatisfacción de desearte, a cada crujido de este reloj eterno. El alba renace tu semblante plácido y teñido de atardeceres alcanzados y reposa sabores de estas frutas de primaveras en los cielos de mi paladar. Ansiado placer que hace sangrar la satisfacción plena, la que se cura con esta forma de tortura. La que te entrego en cada viento que respiro. En cada surco que lamo. En cada seda que me retuerce. Los colores tiñen la realidad cambiándola de rumbo. Ensamblan la suerte contraria.
Tu mirada aún me espera. Te mantienes más joven. Amasas tu tiempo acercando tu arrumaco a la cortina de mi puerta, donde una brizna de cobijo te entrega protección, tranquilidad, seguridad, refugio. Pude leerte un instante, sin cambiar palabras, como siempre. Danzando con movimientos confiados, silenciosos, gratos. Aquellas mismas manos, tu expresividad, tu apego, tu bondad. La genética jugaba a seguir ofreciendo una oportunidad tras otra y otra más. Abultadas sus entrañas y metida en una maternidad que también te pertenece. La magia del momento ponía aquel mismo peso en mis tripas. La ayuda que ella necesita, la que reconoce, la que sabe. Calca tus pasos, tus maneras, tu sonrisa. Es tan parecida a ti.
Mientras, en tu rincón, entre la compañía de tu colonia, de tu tijera, a la luz de un candelabro erguido, bajas un centímetro más el dobladillo de tu falda.

JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ