10 de octubre de 2016

AGUA

El momento es legado... y llega.
Aparece tal cual, hiriente. Empuja y aplasta hasta la insignificancia. Asfixia la fuerza. Estrangula la felicidad. Ahoga la esperanza. Ahora se instala y permanece el tiempo de un después plomizo. De tormento enterrado en oscuridad. Pero no, habrá de marcharse con la hoja que flota en el centro del riachuelo. Toca esperar, inhalar paciencia, soportar sin ceder. 
Conseguir mantener el resuello. Permanecer para empujar precipicio abajo la diferencia soportable. Evitar que suelten nuestro telón.
Reflotar las ganas, quizá feliz. Romper la hucha del jamás y prenderlo. Entregar la frescura intocable. Masticar el sueño negado. Exprimir los cielos, beberlos. Gota a gota, sin techo. Hasta amanecernos, lo imposible, lo alcanzable. Su mirada perseguidora. El temblor que la hace arder en su propio infierno. Su rubor, su indecisión, su atrevimiento.
Inventa trampas, habilidades y entregas, bailes de su callado cortejo. Derrocha su perfume más apreciado para los encuentros. Cede sus años, su existencia y su cuerpo, su sustento. Entregada por la ilusión de sentirse querida, de significar un poquito para él. De dejar de verse insignificante dentro de un mundo vacío, para ser sonrisa, cualquier tipo de sonrisa, para quién la admita, la sienta, y la valore un céntimo más de un real. Apenas pide nada para entregarse toda, abierta en canal, cerrados los ojos a las crudezas, aún al mantenerlos abiertos. Rasga sus venas para saciar la sed de su amado y se deja arrebatar la vida misma, solo por su beso.

JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

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