17 de septiembre de 2016

SIN TUS MUÑECOS

Voy creciendo y habito una nevada inalterable. Cambia en un momento. Una noticia, un acontecimiento, un rayo de luz o de sol... y la planicie se derrite. Colorea el paisaje de golpe.
Anhelo saber, devorar tus gestos, se me queda corto el mensaje. Busco sostener todo. Tocar el pañuelo que escoges cada día para salir. Su color, si es tu preferido.
Mi sitio se reduce a esta torre de vigía, estos cristales. Es soledad buscada que compone croché con las nubes. No atiendo el barro del sendero que ensucia mis suelas o las tuyas.
La tierra callada espanta. Huele a romero, o a estiércol lejano, o a intensa a resina de sacrificio, viruta a viruta. Ahora sabe a calor, a sal, a recuerdos de esencias conocidas. Muerdo una manzana desgarrada. Apunto al horizonte donde aquella noche nos perdimos.
Estamos anclados a una silla de ruedas muy compleja. Sobre un asiento de juventud y futuro que no se hace para correr por el pasillo de un pasado sin remiendo. Sencillo entender, como fácil es el sabor de un vino reserva cuando sales a la calle y lo mantienes en tu paladar.
No hay camino marcado. Sí, solo descubro inmensidad. No lo hay si los pasos son libres en tus trazadas. Bailas en el sentido que quieres, te dejas llevar o guías tú, si te place.
Conoces la canción que deseas, la que sabes, o... la que te permiten. De como quieras bailarlas. Qué vestido elijas, la piel que liberas o enseñas. El lugar que ocupas en una fiesta. Escondida, en la barra mientras miras y pasa la oportunidad sin mover ficha, o el centro de la pista, en el foco de las miradas. Cierra tus ojos, respira hondo y piensa donde estos trazos te llevan.
Hoy elegiste la escapada junto al viento.
Estoy arriba, tras la ventana. Viven la celebración. Miro tu playa en la distancia. Música para cogerse pegado, sencilla, tranquila. Llevo traje, sostengo medio vaso frío. Mis zapatos, pienso, no se pueden mojar.
Es tarde para quedarme, para buscar, para... Si rompo el tiempo, habré empezado otro relato por escribir. Pasear con el calzado en la mano. Dictar tu cuerpo en la arena, tu rincón entre el acantilado, la humedad de tu madrugada, desde el abrigo del hogar. Acabo el gin-tonic y te encuentro.
El amanecer aún no ha llegado. Yacen dormidos los vientos de tempestad que te atormentan. Me levanto un instante. Espiro la presión, me relajo.
Abro la magia de la proximidad, de tu recuerdo, de tu temblor. Bebo los latidos que apagas, empotrando tus manos encogida, para acallar sus gritos que son tu silencio.
El olor a pan se cuela por las rendijas. La primera vez que este aroma se instala así, de manera potente, en mi sofá.
Aprendo a lavar mis problemas a posarlos para no llevarlos arrastrados entre mis dedos, a encuadernar el libro de mi biografía para tenderlo en un estante impoluto. Para poder reír, a tu lado o en tu ausencia. Para desgarrar tu perfume o soñarlo.
Estás. Mezclada en la masa de harina cocida que abraza mi estancia. Revuelta, despeinada, sudada. Con la alegría de haberlo alcanzado, con paz, sin preocupación. Desnuda, porque te gusta sentirte recién parida, recién preñada, mujer completa, ofrecida y alcanzada. Pozo seco y fuente a borbotones al entornar tus pestañas. Sedienta y desbordada bebida.
Libre, al oír mis chasquidos acaramelados, cerca. El gruñido del agua salpicando frente a tu espejo, la respiración que lo empaña. Amanece y la vida recoloca tus cabellos. Te acomodas, plácida, abierta, extendida. Sigues mi sombra, te muerdes el labio.
Ansias pedirlo, permitirlo, mostrar consentimiento, llegar.
Si, te hace soñar, sentir. Vives. 


JOSÉ CHINCHILLA LÓPEZ

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